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Tulum y su plaga de vivales: el caso Barbachano.

Por Joaquín Quiroz Cervantes.

Lamentable, reprobable y digno de análisis es lo que ocurre en Tulum con personajes que, sin méritos ni talento comprobado, se enquistan en la política local como si el simple hecho de portar un apellido los hiciera conocedores y líderes de opinión. La memoria colectiva en Quintana Roo suele ser corta, y ahí es donde florecen los oportunistas de ocasión.

Uno de estos especímenes es Eugenio Barbachano Losa, actual quinto regidor en Tulum, suplente por accidente, advenedizo por definición y vividor por convicción.

Quien se vende como “quintanarroense de nacimiento, yucateco por tradición, mexicano por amor y político por vocación” es en realidad un remedo de servidor público: sin título universitario, sin trayectoria probada, y con la peligrosa costumbre de creerse gurú del turismo solo porque en su árbol genealógico hay hoteleros.

Barbachano se ostenta como voz autorizada en turismo, cuando la realidad es otra: nunca ha dirigido una empresa hotelera, nunca ha gestionado un complejo turístico, y sus propios familiares lo han mantenido lejos de los negocios, ya que sus familiares si son prósperos turisteros, y poseedores de extenciones de tierra como aquellas  que alguna vez tuvieron cerca de Chichén Itzá y que vendieron en el pasado sexenio federal.

Si algo domina Eugenio, es la verborrea vacía y la arrogancia de quien confunde apellido con conocimiento.

Sus declaraciones contra las políticas públicas en materia turística —federales, estatales y municipales— no son más que ataques improvisados, sin sustento ni autoridad moral. No hablamos de crítica constructiva, sino de berrinches disfrazados de discursos.

Pero Barbachano no está solo. Forma parte del séquito de perdedores profesionales como David Ortiz Mena, Jorge Portilla Mánica y, por supuesto, su padrino político y empresarial Carlos Joaquín. Todos unidos por la misma obsesión: aferrarse al hueso público, aunque sea desde trincheras menores, aunque no tengan un gramo de visión ni mucho menos resultados que los respalden.

En ese círculo de mediocridad, Barbachano juega a ser el gran gestor y facilitador entre empresarios y autoridades. Traducción: un intermediario que cobra favores y permisos, que presume “contactos” y se jacta de linaje empresarial, cuando en la práctica no pasa de ser un cobrador de favores disfrazado de político.

Hoy desde el cabildo, el “quinto regidor” busca sembrar encono y fractura. Sueña con ser presidente municipal, aliado con Ortiz Mena y Portilla, como si Tulum mereciera un destino de segundones y coleccionistas de derrotas. Una constelación de estrellas apagadas que juntas no alumbran ni para encender una veladora.

El daño es evidente: personajes sin preparación ni ética que se enquistan en la administración pública para vivir del erario, bloquear proyectos y manipular discursos. Tulum, joya natural y motor turístico de Quintana Roo, está siendo rehén de vivales que en lugar de aportar, exprimen; que en lugar de construir, destruyen.

Lo triste es que la gente olvida. Olvida quiénes han saqueado, quiénes han mentido, quiénes han frenado el desarrollo con su ambición desmedida. Barbachano es un ejemplo de cómo un apellido y una narrativa inflada pueden engañar a más de uno, pero también un recordatorio de lo que Tulum debe evitar si quiere crecer con rumbo.

Cuentas claras en Cancún: la diferencia entre gobernar y simular

En un país donde la palabra transparencia suele quedarse en la propaganda oficial y donde decenas de municipios viven atorados en observaciones de la Auditoría Superior de la Federación (ASF), el Ayuntamiento de Benito Juárez manda un mensaje que retumba: solventó en su totalidad las observaciones del ejercicio fiscal 2023, por más de 291 millones de pesos.

Mientras en otras latitudes los gobiernos locales se enredan en justificaciones baratas, oficios interminables y procesos administrativos que parecen nunca cerrarse, en Cancún el resultado es tajante: cero pendientes, todo aclarado, todo comprobado. La ASF no da palmaditas por simpatía ni extiende cartas de buena conducta: lo que valida es orden, trabajo y disciplina financiera.

La hazaña administrativa de Ana Paty Peralta no es casualidad. En diversos municipios del país, las cuentas públicas son un dolor de cabeza que exhibe improvisación y, en no pocos casos, corrupción descarada.

Gobiernos locales que no pueden justificar millones, obras fantasmas, programas sociales mal operados o transferencias sin destino claro, terminan marcados por la ASF y arrastrando un estigma que les persigue todo el trienio.

En Cancún, la historia es otra: los recursos federales fueron ejercidos con apego a la ley, cada peso tuvo destino y comprobación, y eso coloca al municipio no solo en la legalidad, sino en la credibilidad política. Porque no es lo mismo salir a declarar “vamos bien” mientras se acumulan observaciones, que demostrar con documentos oficiales que todo está en orden.

Este resultado fortalece políticamente a la alcaldesa. Ana Paty Peralta entrega a los cancunenses una gestión con orden contable, solvencia técnica y respaldo federal, la edil de Benito Juárez, una mujer emanada de la 4T y pieza clave del marismo y leal a su jefa política la goberrnadora Mara Lezama da resultados.

Y en un contexto donde la desconfianza en la política es el sentimiento dominante, este tipo de resultados son oxígeno puro: transparencia como práctica, no como discurso vacío.

Que no haya quedado ni una observación pendiente manda una señal contundente: Cancún tiene un control interno sólido y una administración madura que sabe trabajar bajo la lupa de los entes fiscalizadores. Eso se traduce en finanzas sanas, planeación responsable y capacidad de invertir sin comprometer el futuro.

 Lo que pasó en Benito Juárez es claro: es una continuidad de lo bien trazado desde que Mara Lezama gobernaba ahí antes de ir por la gubernatura, mientras otros municipios siguen enredados con auditorías, Cancún entrega cuentas claras y cero pendientes. Esa es la diferencia entre gobernar y simular.

Ana Paty Peralta se coloca, con hechos y no con discursos, como una de las presidentas municipales mejor evaluadas en materia de transparencia y responsabilidad administrativa en México. En un país donde abundan los pretextos, Cancún demuestra que sí se puede gobernar con honestidad, eficacia y resultados palpables. En Cancún con Ana Paty no hay medias tintas, hay resultados comprobados. Y en la política actual, eso vale más que mil discursos

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