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Oportunistas naranjas: de Samuelito a sus réplicas de rancho

Por Joaquín Quiroz Cervantes

Lo de los oportunistas bajunos y carroñeros en Movimiento Ciudadano no es, ni por asomo, un fenómeno exclusivo de Quintana Roo. Ya lo hemos visto desfilar en la escena local con personajes como el diputado José Luis “garrapata” Pech, la eterna regidora de Othón P. Blanco, Lidia Rojas Fabro —quien parece que nació con una silla de regidora pegada al asiento—, o el eterno candidato perdedor Jorge Portilla Mánica, que ya colecciona campañas fracasadas como si fueran estampitas. Pero ojo: la podredumbre naranja no se queda en Quintana Roo; viene directamente en cascada desde la cúpula.

Ahí está el ejemplo más reciente del gran mamarracho nacional: Samuel García. El todavía gobernador de Nuevo León, que pasó de acariciar sus delirios presidenciales a convertirse en “influencer de tragedias”, ha demostrado que su carrera política es un reality show de mal gusto. Se le olvida que no gobierna un feed de Instagram, sino un estado, y que su obligación es responder a su pueblo, no andar de farolito en escenarios ajenos.

Porque cuando hubo desastres en Estados Unidos, Samuelito no dudó en mandar brigadas de auxilio —posando para la foto, claro— con la rapidez de quien se apunta al trend de moda. Pero ahora que la tragedia golpea en Veracruz, Hidalgo y Puebla, ¿qué hace el muchachito naranja? Simular. Fingir. Presumir en redes sociales que envía ayuda, cuando la realidad fue desmentida de manera contundente y sin anestesia por la gobernadora Rocío Nahle. Con pruebas en mano, la mandataria veracruzana lo exhibió como lo que es: un hocicón de manual, un político de cartón piedra que vive de la mentira y de su propio eco.

El contraste es inevitable. Mientras Samuelito y sus clones naranjas siguen hundidos en la simulación, otros gobernadores sí entienden lo que significa el servicio público. Ahí está la gobernadora de Quintana Roo, Mara Lezama, que sin aspavientos ni reflectores inmediatos, desde el primer momento puso a disposición apoyos reales para el pueblo veracruzano, inició colectas de víveres y organizó ayuda tangible para los damnificados. Esa es la diferencia entre el discurso vacío y la acción comprometida: entre el político de selfie y la mandataria de hechos.

Movimiento Ciudadano se ha convertido en el partido del ridículo: de los Pech y las Rojas que vegetan en cabildos sin aportar nada, hasta los Portilla que sólo saben perder elecciones; todos siguen la misma receta de su jefe espiritual Samuelito: mentir, aparentar, victimizarse y, en cuanto pueden, posar para la foto. El problema es que cuando la desgracia toca la puerta del pueblo, la selfie no llena estómagos ni reconstruye hogares.

Al final, cada tragedia desnuda a los políticos. Y hoy, los naranjas no solo están exhibidos como oportunistas: se confirman como lo que siempre han sido, un lastre de mentirosos, simuladores y bocones incapaces de gobernar más allá del reflejo en su espejo

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