Por Joaquín Quiroz Cervantes.
Hay escenas que solo la tragicomedia del Caribe mexicano puede regalarnos. De esas que uno pensaría que son parodia, pero no: son realidad pura, dura y transmitida vía redes sociales. Resulta que a Isla Mujeres llegó un contingente de 40 turistas argentinos, sí, cuarenta —como excursión escolar pero sin uniforme— y se apostaron en un restaurante frente a la playa.
Hasta ahí, nada extraordinario. Pero entonces ocurre lo que solo en esta nueva era del absurdo puede suceder: uno de estos visitantes, cámara en mano, se graba indignadísimo porque el mesero les informa la sugerencia de propina: 15%. Quince. No cincuenta, no cien. Quince.
Nada fuera de lo cotidiano en un destino turístico donde millones de visitantes agradecen el servicio dejando algo extra… porque así funciona en prácticamente cualquier sitio civilizado donde se consume y se convive.
Pero no. A este viajero, ducho en indignación barata pero no en cortesía, le pareció una afrenta imperdonable. Tanto, que agarró sus cosas y, como flautista de Hamelín, se llevó detrás a los otros 39 compinches con esa épica digna de quien se cree héroe, pero no deja de ser protagonista de un sketch de “Peor es Nada”.
Y miren mis cinco lectores qué ironías tiene la vida. Porque si hay alguien que debería abstenerse de escándalos por propinas en la Riviera Maya, son precisamente los argentinos.
Sí, vamos poniéndolo clarito porque esto no es opinión ligera:
Si existe un grupo que ha saturado, deformado y en muchos casos dinamitado la calidad del servicio turístico en Cancún, Playa del Carmen y Tulum, son los argentinos convertidos en meseros, bartenders, hostess y gurús improvisados del “turismo boutique”.
Y no lo decimos por decir. Es cosa sabida por todos en la industria: sus excesos, sus desplantes, su antipática pose de que le hacen un favor al cliente cuando sirven una bebida.
Pero ahora resulta —y aquí ya entra el surrealismo latinoamericano— que se escandalizan por una propina sugerida del 15%. ¡El burro hablando de orejas! ¡El alcohólico quejándose del aliento a trago! ¡El experto en colmillo turístico desmayándose por una cortesía de la casa!
Y ojo, porque luego vienen los sensibles a decir “no todos los argentinos son así”.
Correcto. No todos.
Hay algunos peores.
Pero lo que sí es un hecho, y de pena ajena, es que un argentino que ha vivido, trabajado o por lo menos convivido en el ecosistema turístico del Caribe mexicano, sabe perfectamente que la propina no solo es parte de la cultura de servicio: es el pan nuestro de todos los días para miles de trabajadores locales que con esfuerzo sostienen la primera industria del estado.
¿Qué mostró este pequeño episodio viral?
Muy sencillo
Que el turismo barato disfrazado de “viajero del mundo” carga más soberbia que solvencia.
Que la tacañez, cuando se viste de indignación, hace más ruido que dignidad.
Que hay quienes llegan al paraíso a criticar costos, pero no a valorar el trabajo ajeno.
Y, sobre todo, que vivimos en un mundo al revés donde los mismos que explotan el servicio, ahora se victimizan por dejar propina.
Una postal de nuestro tiempo, el que menos aporta, más se queja, el que menos deja, más grita, y el que menos entiende, más viraliza.
Pero así es la vida: siempre habrá quien venga a Cancún o Isla Mujeres creyéndose juez, cuando apenas da para espectador.
Mientras tanto, la industria turística sigue trabajando, los meseros siguen dando la cara y el Caribe mexicano sigue brillando, con o sin turistas de bolsillo apretado y ego inflado, se verán peores cosas dice el Apocalipsis.




