Por Joaquín Quiroz Cervantes
Transcurre y está por llegar a su final este 2025, un año que en Quintana Roo dejó una constante política imposible de maquillar: cuando hay resultados sostenidos, el discurso se vuelve acompañamiento; cuando no los hay, el discurso intenta sustituir al territorio.
En ese primer bloque, la gobernadora Mara Lezama Espinosa cerró el año con una narrativa que no se sostiene por ocurrencias, sino por una fórmula simple: presencia, gestión y comunicación política eficaz.
No es menor que, durante todo el año, diversas mediciones la colocaran como la gobernadora mejor evaluada del país; tampoco es casual que, mientras en otras latitudes se habla de desunión, deslealtades, “quitado de visas”, corrupción y desorganización, en Quintana Roo el control del mensaje no se pierde porque está respaldado por operación y resultados.
Y, además, por una sinergia que se volvió pieza clave: la coordinación con la presidenta Claudia Sheinbaum Mara no se detiene, no pide permiso para avanzar y, sobre todo, entiende algo que muchos siguen sin comprender: gobernar también es comunicar, y comunicar no es gritar, es convencer con hechos.
Por eso su imagen crece y su trascendencia rebasa el “proyecto quinquenal”: hoy, la mujer que mejor se comunica en política —con estructura, narrativa y territorio— es Mara Lezama.
Y cuando un liderazgo se consolida, lo inevitable aparece: la sucesión. Rumbo a 2026, el tablero se mueve hacia la famosa encuesta que definirá quién sustituirá el 25 de septiembre de 2027 a Mara.
En ese carril, el nombre que se repite con mayor consistencia es el del cancunense Eugenio “Gino” Segura, senador de la República. “Gino” tiene dos activos que no se compran con eventos ni con fotos: una trayectoria técnica visible (finanzas públicas) y una ruta política con escalones verificables. Su paso por áreas financieras del gobierno municipal de Benito Juárez, su experiencia vinculada al Congreso del Estado y su desempeño como uno de los secretarios de Finanzas y Planeación más eficaces que ha tenido Quintana Roo lo colocan en un perfil raro en la política local: el que sabe sumar, cuadrar y ejecutar sin que el presupuesto se vuelva poesía.
A eso se añade el dato duro electoral: es un senador con votación histórica en la entidad. Y, políticamente, hay una realidad que a veces se quiere ocultar con falsa modestia: el “espaldarazo” de su jefa política Mara Lezama es parte del capital que lo proyecta.
No es un secreto ni debería tratarse como pecado: en política, el respaldo se construye y se administra. Por eso no sorprende que se le mencione con interlocución nacional y cercanías con figuras como Omar García Harfush y Luisa María Alcalde, además de secretarios de Estado, senadores, diputados federales, magistrados federales y actores locales —diputados locales, magistrados locales, ediles—, así como representantes de organismos gremiales y religiosos. El punto no es el “name dropping”; el punto es que el aspirante con estructura es el que genera adhesiones transversales.
En esa misma conversación sucesoria aparece otra figura que no puede ignorarse: la presidenta municipal de Benito Juárez, Ana Paty Peralta de la Peña. Dos veces edil, con una ruta previa como regidora, diputada local y diputada federal, Ana Paty ha consolidado un perfil de trabajo constante en la ciudad más relevante del estado. Tiene, además, un activo específico: respaldo en el sector empresarial y hotelero, que en Benito Juárez no es accesorio, es factor de gobernabilidad.
Que el propio lider de los diputados federales de Morena; Ricardo Monreal la mencione como aspirante competitiva no es un elogio gratuito: es un mensaje de lectura política nacional. En un escenario donde la continuidad se decide por aceptación social y operación, Ana Paty Peralta es, efectivamente, la mujer con mayor viabilidad para disputar la continuidad, la única con posibilidades reales.
Y luego está el otro bloque. El de los que pretenden saltarse el territorio.
Aquí entra Rafael Marín Mollinedo, quien no ha aparecido jamás en una boleta electoral ni para regidor. En el imaginario de ciertos grupos, se le impulsa como si el solo apellido bastara para abrir puertas. El problema es que Quintana Roo castiga una cosa: el “desconocido en territorio” que pretende llegar por avión y salir por aplauso ajeno.
Marín Mollinedo carga con una percepción extendida: la de un perfil más vinculado a arreglos de cúpula que a trabajo de base. Sus promotores —sus “matraqueros”— a veces parecen trabajar más en la construcción de un espejismo que en la construcción de presencia real: actos donde se habla de él sin él, reuniones que suenan a nostalgia de estructuras recicladas, y una narrativa que intenta convertir la distancia en misterio.
La otra cara del mismo fenómeno es el “reclutamiento” de cuadros de todo tipo bajo la bandera de MORENA. Y aquí aparecen nombres que, por una u otra razón, han orbitado en ese universo político: José Luis Pech, Anahí González, Alberto Batún, Ricardo Velasco, Humberto Aldana, Hugo Alday, Jesús Pool, además de figuras hoy más bien apagadas o reubicadas como Reyna González Durán, las hermanas Luz María Beristain y Laura Beristain, Patricia Palma, Adriana Teissier, Manuel Aguilar, y Julián Ricalde.
El señalamiento central no debería ser el insulto fácil, sino el costo político de la “colección de retazos”: cuando un aspirante se recarga en “cascajo” o “deshecho” —palabras duras que circulan en la conversación pública— lo que realmente exhibe es ausencia de músculo propio y necesidad de armar algo con lo que haya.
Y para rematar, el problema de imagen: se le atribuye a Marín Mollinedo una lógica de desplazamiento que suena más a figura protegida que a figura construida; convoyes, escoltas, vida de burbuja entre Ciudad de México, Tabasco, Palenque Chiapas y visitas intermitentes a Cancún, sin que eso se traduzca en calle, contacto y trabajo territorial sostenido. Sea cierto en los detalles o no, el efecto político existe: la percepción de lejanía. Y en Quintana Roo, la lejanía se paga.
Así las cosas, el cierre de 2025 deja una conclusión clara: la continuidad real se está jugando entre perfiles con gestión, estructura y territorio. Mara Lezama Espinosa llega al umbral de 2026 con control político, narrativa sólida y resultados; Eugenio “Gino” Segura aparece como favorito por consistencia técnica y respaldo; Ana Paty Peralta de la Peña se sostiene como opción competitiva con base municipal fuerte. En contraste, Rafael Marín Mollinedo carga con el lastre de lo “importado”, de lo poco conocido y de la dependencia de viejas alianzas que no necesariamente representan futuro.
Y sí: 2026 será un año de definiciones. Habrá demasiado en juego, municipio por municipio, y lo que ya asoma —traiciones, faltas de memoria, acomodos apresurados— será tema recurrente. Pero desde ahora puede anticiparse algo: cuando la política se reduce a “convites” sin territorio, termina siendo sólo eso, convivio. Y el poder, cuando es real, no se convoca: se demuestra.
Curva Peligrosa..
2026 será un año clave para Quintana Roo por la llegada del gas natural a Puerto Morelos, Playa del Carmen y Cancún, porque no es sólo una obra: es infraestructura estratégica que cambia costos, competitividad y calidad de vida.
Para el sector hotelero, restaurantero y comercial implica energía más estable y, en muchos casos, más eficiente; para la industria y los servicios abre margen para invertir, crecer y generar empleo sin depender tanto de combustibles más caros o volátiles. Y para las familias, si se traduce en políticas de acceso y expansión ordenada, puede significar mayor seguridad operativa y mejoras en el abasto energético.
En términos prácticos, 2026 puede marcar el inicio de una nueva etapa: un Caribe mexicano con mejor base energética para sostener turismo, desarrollo urbano y crecimiento económico, siempre que la implementación se haga con planificación, seguridad y reglas claras.




