Por Joaquín Quiroz Cervantes.
Cuando en campaña y ya como gobernadora, Mara Lezama repetía que la transformación también significaba justicia social para quienes habían construido Cancún pero no podían disfrutarlo, muchos lo veían como una frase bonita.
Hoy, con el anuncio de la “Ruta Mar” bajo el lema “Playas para todas y todos”, esa frase se vuelve política pública tangible, perfectamente aterrizada desde el gobierno del Estado y operada con precisión quirúrgica por la presidenta municipal de Benito Juárez, Ana Paty Peralta.
Porque no nos engañemos: poner camiones gratuitos para llevar a las familias de colonias alejadas a las playas no es sólo un proyecto de movilidad, es una decisión profundamente política. Es decirle a las y los cancunenses de colonias irregulares, de fraccionamientos lejanos, de zonas olvidadas por décadas, que el mar turquesa que se vende en los folletos turísticos también les pertenece.
Ahí aparece la mano de Mara Lezama y su estilo de operación política: leer el territorio, escuchar a la gente y convertir reclamos históricos en decisiones concretas de gobierno.
Esa desigualdad que ella misma ha descrito –familias que viven a pocos kilómetros del Caribe y no pueden costear el transporte para pisar la arena– se combate con símbolos, sí, pero sobre todo con acciones que cambian la vida cotidiana: camiones gratuitos, rutas claras, horarios definidos, orden y seguridad.
Y es ahí donde entra el papel clave de Ana Paty Peralta, que no sólo anuncia un programa, sino que lo arma con método, datos y reglas. No estamos frente a una ocurrencia improvisada para la foto: el IMPLAN midiendo tiempos para que la primera playa se alcance en 32 minutos; horarios de salida y retorno bien definidos; dos rutas pensadas para cubrir zonas distintas; y una selección estratégica de playas públicas: Las Perlas, Langosta, Tortugas y Gaviota Azul.
La primera ruta, con bases en “El Torito”, Multiplaza Villas del Mar, el ISSSTE y la Rehoyada, habla de un trazo que entiende por dónde se mueve la gente trabajadora. La segunda, saliendo de Tres Reyes, Paseo Kusamil y Tierra Maya, es un guiño directo a quienes viven en la periferia más olvidada. No es casualidad, es política territorial.
Y la operación va más allá del simple traslado. Las reglas de uso –nada de alcohol, nada de objetos peligrosos, nada de música a todo volumen, un policía a bordo para garantizar seguridad– muestran que esta no es una invitación al desorden, sino una apuesta por la convivencia familiar y el cuidado del espacio público. “Playas para todas y todos” no significa “todo se vale”, significa que la ciudad se asume dueña y responsable de su propia costa.
Desde el ángulo político, Ruta Mar es también un mensaje claro: el gobierno de Mara Lezama y el ayuntamiento de Ana Paty Peralta están reconfigurando la relación entre Cancún y su gente.
Por años, el discurso fue que el turismo era primero y la ciudadanía después. Hoy se envía una señal distinta: se puede seguir siendo potencia turística mundial, pero sin seguirle dando la espalda a quienes limpian cuartos, sirven mesas, manejan unidades o trabajan en oficinas alejadas, y que rara vez ponían un pie en la zona hotelera como usuarios, no como trabajadores.
La operación política de Mara se nota en la narrativa de justicia social y en la coordinación institucional; el trabajo de Ana Paty se ve en los detalles: las bases, los horarios, la logística fina, las reglas claras y la seguridad. Cuando la presidenta municipal dice “Cancún es nuestra ciudad y también sus playas… porque a ti como a mí, Cancún nos une por la transformación”, está sintetizando el espíritu del segundo piso de la Cuarta Transformación en Quintana Roo: que el paraíso deje de ser un paisaje ajeno para quienes lo sostienen todos los días.
Ruta Mar, si se consolida y se cuida, puede convertirse en uno de esos programas que marcan época: el día en que el mar dejó de ser una postal lejana para convertirse en un derecho accesible.
Y ahí, , hay una operación política de fondo: la de una gobernadora que entiende que la desigualdad también se ve en quién llega a la playa y quién no, y la de una presidenta municipal que toma esa visión y la vuelve camiones, rutas, reglamentos y familias completas bajando felices a la arena.
La transformación, cuando es real, se mide en historias sencillas: una madre que por primera vez lleva a sus hijos a Gaviota Azul sin preocuparse por pagar dos o tres camiones; un abuelo de Tres Reyes que vuelve a ver el mar después de años; jóvenes de Villas del Mar que descubren que Las Perlas no es sólo un nombre que escuchan en las noticias.
Detrás de esas escenas habrá mucho trabajo técnico, mucha gestión y mucha política. El sello, sin duda, es de Mara Lezama; la operación en tierra, de Ana Paty Peralta. Y las olas, por fin, también para las y los cancunenses.
Curva peligrosa…
La próxima llegada del gas natural a las principales ciudades de Quintana Roo —Cancún, Playa del Carmen y Puerto Morelos— representa mucho más que un nuevo combustible: es un parteaguas económico y social.
Significa energía más limpia y barata para hoteles, negocios y hogares; una herramienta clave para hacer más competitivo al sector turístico y para que las familias paguen menos por cocinar, calentar agua o producir.
También envía un mensaje claro de confianza: hay inversión, planeación y una visión de futuro que apuesta por modernizar la infraestructura energética del estado. Si se concreta con orden y transparencia, el gas natural puede convertirse en uno de los pilares silenciosos de la transformación de Quintana Roo, impulsando empleo, atracción de inversiones y un modelo de desarrollo más sustentable para el Caribe mexicano.




