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Mara Lezama: La congruencia hecha gobierno

Por Joaquín Quiroz Cervantes.

Cuando los resultados son medibles, cuando la congruencia entre el decir y  hacer se convierte en una constante, quien verdaderamente gana es la gente. En el México político actual, plagado de chapulines, simuladores y reciclados del poder, es cada vez más difícil encontrar figuras públicas que honren la palabra, el compromiso y la lealtad.

La historia reciente nos muestra cómo la política se ha convertido en un carnaval de oportunismos. Exgobernadores que se disfrazan de “transformadores” después de haber saqueado sus estados; personajes como Adán Augusto López o Ricardo Monreal, que cargan más con escándalos que con resultados; o aquellos que, como Carlos Joaquín González, hicieron del salto partidista un deporte nacional: del PRI al PRD, luego al PAN y finalmente a la 4T por la puerta trasera de la diplomacia. Son esos nombres los que han hecho que el pueblo mire con desconfianza a sus gobernantes, cansado de simulaciones e impunidad.

Y no son casos aislados. En otros rincones del país se multiplican los ejemplos: una Layda Sansores cada vez más atrapada en su propio caos; un Rubén Rocha Moya señalado por su misoginia; una Rocío Nahle confundida entre intereses y contradicciones; o la dinastía Monreal intentando perpetuarse en Zacatecas. Del lado de la oposición, el panorama no mejora: un Samuel García más concentrado en las redes sociales que en gobernar, o  en la misma 4T una Marina del Pilar Ávila Ocampo que finge distancias personales para disimular vínculos incómodos.

En medio de ese océano turbio de incongruencias, surge una figura distinta, una bocanada de aire fresco en la política mexicana: Mara Lezama, la mujer que llegó al poder sin padrinos políticos, sin arrastrar cadenas de corrupción y con una sola bandera —la del pueblo—.

Mara Lezama no brincó de partido en partido. No se reinventó por conveniencia. No necesitó simular ni colgarse de nadie. Desde sus inicios en la comunicación y el servicio social, su causa fue clara: escuchar, trabajar, transformar. Y en tres años de gobierno ha logrado lo que otros prometieron durante décadas sin cumplir: recuperar la confianza del pueblo en sus instituciones.

La transformación que vive Quintana Roo no es un eslogan. Se palpa en las obras, en las inversiones, en los programas sociales, en la reconstrucción del tejido social.

Es el resultado de un liderazgo que no se esconde detrás de discursos vacíos, sino que camina las colonias, que toca puertas, que escucha y actúa.

Por eso, cuando las mediciones nacionales la colocan una y otra vez como la mejor gobernadora del país, no se trata de casualidad ni de artificio mediático. Es el reflejo de un trabajo constante, visible y tangible, donde la transparencia, la empatía y la entrega son el sello personal de su gestión.

En el reciente ranking nacional de desempeño de mandatarios estatales correspondiente a octubre de 2025, Mara Lezama se posiciona entre las tres mejor evaluadas del país, con una calificación de 8.3 sobre 10, destacando por su cercanía con la gente, su combate a la corrupción y la eficiencia en el manejo de recursos. Un dato que confirma lo que el pueblo ya sabe: su gobierno funciona, su gestión se siente y su liderazgo se reconoce.

Hoy, Mara Lezama no solo es referente de Quintana Roo, sino una figura nacional de la nueva política mexicana: la que gobierna con empatía, con resultados, con visión de futuro. No es casual que la propia presidenta la reconozca como una aliada ejemplar, una mujer de lucha y convicción.

En un país donde muchos mandatarios aún piensan en la próxima elección y no en la próxima generación, Mara Lezama piensa en el bienestar, no en el aplauso; en el legado, no en la simulación.

Su historia —la de una mujer que viene del pueblo y gobierna para el pueblo— representa el verdadero espíritu de la transformación: el de quienes no se doblan, no se venden y no olvidan de dónde vienen.

Y mientras otros naufragan entre escándalos y cinismo, Mara Lezama avanza firme, con el respaldo del pueblo y el reconocimiento nacional, demostrando que sí es posible gobernar con el corazón, con resultados y con decencia.

Porque al final del día, la historia no la escriben los que más gritan ni los que más roban, sino los que más sirven.

Y esa —sin duda alguna— es la historia que Mara Lezama está escribiendo en Quintana Roo.

 

Carroñeros naranjas del dolor ajeno

Muy lamentable, por donde se le vea, resulta el descubrir la mezquindad y la bajeza humana. Lo acontecido en la capital del estado ha sacudido fibras sensibles, no sólo por el espantoso hallazgo de un tiradero clandestino de restos de mascotas, sino por lo que revela: la pérdida del respeto, de la empatía y de toda decencia en una sociedad que, poco a poco, parece acostumbrarse a la vileza.

El caso duele. Due­le porque detrás de cada urna vacía hay una historia de amor, de lealtad, de familia. Porque quienes recurrieron a ese servicio no buscaban un trámite, buscaban cerrar un ciclo con dignidad, rendir homenaje a su compañero de vida.

Y sin embargo, fueron víctimas de un fraude abominable: urnas con tierra en lugar de cenizas, cadáveres de animales arrojados como basura, y la burla cínica de quienes lucraron con el dolor.

La Fiscalía actuó, sí. Detuvo a los responsables y abrió un proceso. Pero el daño moral ya está hecho. Lo que queda ahora es una herida colectiva, una indignación compartida, un eco de tristeza que atraviesa hogares y conciencias.

Y justo ahí, cuando la empatía debía imponerse sobre cualquier cálculo político, apareció —como siempre— la carroña de la política local. Esa figura tristemente célebre por su oportunismo sin freno: Lidia Rojas Fabro, la eterna aspirante, la autodenominada “Chetumaleña Aguerrida”, que en realidad sólo grita cuando hay reflectores encendidos.

Apenas se conoció el caso, la regidora otonense corrió a las redes sociales, fingiendo indignación, llorando lágrimas digitales, queriendo sumarse a la conversación pública como si la tragedia ajena fuera trampolín electoral.

No le importó remover duelos, reabrir heridas, hurgar en el dolor de las familias que creyeron conservar las cenizas de sus mascotas. Para ella, todo vale: el dolor, la desgracia, el luto. Todo sirve si se puede capitalizar en likes o votos.

Se necesita ser muy vil, profundamente vil, para servirse del sufrimiento de otros y disfrazarlo de “solidaridad”. Pero así es su estilo: disfrazar la ambición de empatía, el cálculo de compromiso, la mezquindad de activismo. Ya es costumbre verla brincar de causa en causa, de tragedia en tragedia, a ver si en una de ellas encuentra el voto que tanto ansía y la candidatura que nunca logra.

El oportunismo político tiene muchas caras, pero pocas tan evidentes como esta. Mientras las familias afectadas buscan respuestas, justicia y consuelo, Lidia Rojas Fabro busca atención, y lo hace pisoteando la sensibilidad de quienes han perdido algo más que una mascota: han perdido la confianza en la humanidad.

Y eso, precisamente eso, es lo que más duele. Porque hay cosas que no deberían tener precio, ni usarse para hacer campaña. El dolor no es una bandera. La tragedia no es un slogan. Y la política no debería ser un espectáculo de carroñeros.

En días donde la gente llora a sus compañeros de vida, lo menos que podría hacer alguien que se dice servidora pública es guardar silencio y respeto. Pero pedirle altura moral a quien ha hecho del oportunismo su carrera, sería como pedirle pudor al cinismo.

Así de lamentable. Así de doloroso. Así de real.

Curva peligrosa…

La llegada del gas natural a Cancún, Playa del Carmen y Puerto Morelos representa un paso trascendental hacia el desarrollo sostenible y la competitividad energética de Quintana Roo.

Este hidrocarburo limpio y eficiente no solo reducirá los costos operativos en hogares, comercios, industrias y hoteles, sino que también impulsará una nueva era de modernización en la infraestructura energética del Caribe mexicano.

Cada vez estamos más cerca de que este proyecto sea una realidad palpable, que brindará energía más barata, segura y amigable con el medio ambiente, fortaleciendo la economía local y contribuyendo al bienestar de miles de familias y negocios que hacen vibrar el corazón turístico del estado.

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