Por Joaquín Quiroz
Pareciera que fue ayer, un domingo 25 de septiembre, cuando en la capital quintanarroense, en el histórico recinto del Congreso del Estado, ocurrió lo impensable.
Entre la solemnidad y la emoción de Punta Piedra, se levantó el brazo derecho de Mara Lezama Espinosa para pronunciar con firmeza, sonrisa y convicción: “Sí, protesto”.
Era la primera vez en casi cinco décadas de vida institucional que Quintana Roo veía a una mujer asumir la gubernatura. Ese momento no solo marcó la historia, sino que encendió el motor de una transformación que hoy, tres años después, sigue navegando con rumbo definido.
El arribo de Mara Lezama no fue casualidad ni accidente. Representaba la ruptura con los viejos esquemas neoliberales que por años ataron a la entidad a los caprichos de los poderes fácticos.
Atrás quedaban los PRI, PAN y PRD, que habían repartido el poder como botín. Con Mara nació el Marismo, un movimiento que hizo simbiosis con la fuerza de MORENA para abrir paso a una nueva clase política. Una corriente fresca, distinta, cercana al pueblo, que en estos tres años ha forjado cuadros y ha marcado distancia con los vicios del pasado.
No fue un camino sencillo. Mara recibió un estado quebrado financieramente, saqueado por Carlos Joaquín, el peor gobernador de la historia de Quintana Roo.
Dejó tras de sí deudas impagables, rezagos sociales alarmantes, inseguridad rampante y una administración convertida en botín personal. Ante ese escenario, en lugar de esconderse detrás de excusas, Mara hizo lo que mejor sabe: salir al territorio, mirar de frente a la gente y comprometerse a trabajar 24/7, sin pausas ni pretextos.
Su primera acción, simbólica y real, fue clara: estar con la ciudadanía en la explanada de la bandera, bajo el sol abrazador de Chetumal, saludando a quienes le dieron el triunfo más copioso en la historia electoral del estado. Desde entonces no ha parado.
En estos tres años —mil noventa y seis días— Quintana Roo ha vivido un viraje inédito. Se rescataron las finanzas, se combatieron los rezagos heredados, se dijo adiós a la política de rapiña y despojo del “chespirato” y se abrió paso a un gobierno humanista, con corazón feminista, que ha hecho de la inclusión una regla de oro: nadie afuera, nadie atrás.
Se tomaron decisiones firmes: la salida de funcionarios que no estuvieron a la altura, la reestructuración de áreas estratégicas y la depuración de un aparato que venía corrompido hasta la médula. Basta recordar la Fiscalía que dejó Carlos Joaquín, infiltrada y servil al crimen. Hoy, bajo nuevos liderazgos, se recupera la confianza ciudadana.
La esencia de Mara ha sido la misma: estar en la calle, escuchar al pueblo, romper protocolos y abrir de par en par las puertas del Palacio de Gobierno. Su sonrisa y su actitud de servicio se han convertido en símbolo de una administración que no se encierra en oficinas ni se esconde detrás de discursos huecos.
En estos tres años, Quintana Roo pasó de ser un barco a la deriva a una embarcación que flota, avanza y genera certidumbre. Con orden, progreso y bienestar, la gobernadora ha demostrado que la transformación no es un eslogan, sino una práctica diaria que se mide en hechos, en cercanía y en resultados.
A tres años de distancia, el balance es claro: Mara Lezama no solo hizo historia al convertirse en la primera mujer gobernadora de Quintana Roo, sino que ha sabido honrar esa encomienda con trabajo incansable, con visión y con sensibilidad.
Su legado ya no se mide en promesas, sino en la certeza de que el Marismo llegó para quedarse, para transformar y para demostrar que la política, cuando se hace con corazón, cambia vidas.
Quintana Roo hoy navega hacia un futuro más justo, incluyente y humano. Y todo comenzó aquella mañana de septiembre, cuando una mujer dijo con voz firme y sonrisa amplia: “Sí, protesto”.