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Los últimos días de la impunidad cuando los peones cantan.

Por Joaquín Quiroz

                     

El escándalo no es menor: las piezas empiezan a caer en un sexenio que presumió pureza, pero cuyo tufo a complicidad se vuelve insoportable. Adán Augusto López, otrora aspirante presidencial, carga hoy con el peso de ver a sus operadores desfilar ante las autoridades.

En contraste, Claudia Sheinbaum emerge empoderada. Su apuesta por construir un equipo con rostros de confianza y manos limpias cobra fuerza con Omar García Harfuch, un operador eficaz, disciplinado y con credenciales de seguridad que dan certeza a nivel nacional. Harfuch, más que un policía de botas y chaleco, es un político con formación estratégica, que entiende de equilibrios y que se convierte en pilar del proyecto presidencial.

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Quiquín Vázquez: del duende de San Lázaro al tortillero maya de TikTok

Por azares de la vida política y no por mérito alguno, Quiquín se trepó a San Lázaro como suplente de un pluri con licencia. ¡Vaya logro!, digno de grabar en mármol en los pasillos de la mediocridad.

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En política nada es casualidad, y menos cuando las fichas empiezan a caer una tras otra como dominó. La reciente detención de Hernán Bermúdez, brazo armado de La Barredora, es apenas la punta del iceberg de la podredumbre que dejó el obradorato. Y ojo: Bermúdez no actuaba solo. Su captura significa que en los próximos días empezará a “cantar” notas gruesas que pueden cimbrar hasta el mismísimo Senado.

¿Quién debe estar temblando? Pues los paisanos y aliados del todavía senador Adán Augusto López, que lo impulsaron, lo blindaron y creyeron que su manto protector era eterno. Nada más falso: se acabó la época de la impunidad disfrazada de austeridad. Y junto con él, figuras como Rafael Marín Mollinedo, que con las aduanas y el “huachicol fiscal” no salen bien librados.

Mientras caen los pesos pesados de Tabasco, en la federación se fortalecen dos nombres: Claudia Sheinbaum y Omar García Harfuch. La primera, consolidando su liderazgo con un estilo sobrio y calculado. El segundo, demostrando que no solo tiene temple, sino resultados: la captura de Bermúdez lo confirma como un operador eficaz que está aplicando la ley y marcando distancia del pasado corrupto.

En Quintana Roo, la gobernadora Mara Lezama mantiene la batuta de un proyecto humanista que no se distrae con las miserias de la política nacional. Y mientras tanto, con paso firme y sin estridencias, Eugenio “Gino” Segura, el gran marista, sigue avanzando. A tambor batiente, se posiciona como figura clave del nuevo ciclo político en la entidad.

El contraste es brutal: mientras Segura asciende con orden y disciplina, los detractores que intentan frenarlo se desfondan. Personajes que hace unos días se desbordaban en cantarle el “happy birthday” a Marín Mollinedo como Ricardo Velazco, Julián Ricalde, Hugo Alday y algunos más ven cómo sus alianzas con Adán Augusto se convierten en lastre. El karma político no perdona.

La herencia del obradorato empieza a oler, y feo. El país se entera cada día de cómo se tejió una red de complicidades: huachicol fiscal, aduanas tomadas como botín, y ahora grupos criminales como La Barredora expuestos al sol. Todo lo que se presumía como “transformación” se revela como simulación.

Lo interesante es que mientras unos se hunden en los escándalos, otros capitalizan el momento. Harfuch crece en lo nacional. Mara consolida en lo estatal. Y Gino Segura, el marista, teje fino, sin aspavientos, avanzando rumbo a la grande, mientras sus adversarios se pelean con fantasmas.

Lo que viene será un reacomodo fuerte: nombres y apellidos saldrán a relucir, pactos se romperán y la justicia, aunque tarde, empieza a rozar a los intocables. El tablero cambió y quienes no lo entiendan estarán destinados a la irrelevancia política.

Quiquín Vázquez: del duende de San Lázaro al tortillero maya de TikTok

Hace apenas unos días, las redes sociales se sacudieron con bombo, platillo y matraca virtual por el anuncio del inverbe diputado federal Enrique Quiquín Vázquez. Sí, ese personaje que presume con orgullo impostado ser “quintanarroense”, aunque nadie en estas tierras lo haya visto jamás antes de que cayera en su regazo la bendita suerte de la democracia plurinominal.

Por azares de la vida política y no por mérito alguno, Quiquín se trepó a San Lázaro como suplente de un pluri con licencia. ¡Vaya logro!, digno de grabar en mármol en los pasillos de la mediocridad.

Con la emoción desbordada de quien cree haber inventado la rueda, anunció en redes con amenaza incluida su “informe de labores”. ¿De qué va a informar este perfecto desconocido? Si lo poco que sabemos de él es por aparecer disfrazado de pino navideño o de duende en la Cámara de Diputados. Talento legislativo, cero; espectáculo circense, abundante.

Su currículum de ridiculeces es generoso:

Guerras estólidas en redes con su propia correligionaria morenista María Teresa Ealy, quien lo acusó de violencia política.

Entrevistas en las que queda exhibido por no saber ni cómo contestar, como con Azucena Uresti.

Aventuras de lujo en Ibiza, bailando y derrochando mientras el pueblo aprieta el cinturón.

Escándalos en las elecciones pasadas, donde cual junior prepotente se peleaba con policías en casillas del norte del país, escudado en su fuero.

Y como buen político de oropel que busca el baño de pueblo en la era del TikTok, en semanas recientes lo vimos jugando a hacer tortillas en la zona maya. Escenografía barata: Quiquín convertido en tortillero humilde, sudando por la patria mientras lo graban para subirlo a redes. El pueblo huele la farsa a kilómetros y la aborrece.

El “legislador más joven de la Legislatura” presume su edad como si fuera garantía de talento. Pero juventud sin productividad es lo mismo que plurinominal sin mérito: un lujo innecesario que le cuesta al país carísimo. En lo único que ha mostrado consistencia es en tomarse selfies con cuanto político se le cruce. Ese, al parecer, es su verdadero trabajo.

La conclusión es tan obvia como dolorosa: con diputados como Quiquín Vázquez, uno entiende por qué urge eliminar la plurinominalidad. Porque cuando los pluris son perfectos inútiles, lo único que generan es rabia, burla y gasto público innecesario.

Curva peligrosa..

Yohanet Teódula Torres Muñoz, esa que dejó en ruinas las arcas públicas como titular de Sefiplan y que luego se escondió en la cómoda curul de diputada local para blindarse con fuero, ahora resulta que cambió los números rojos por los óleos mal pintados. Después de su gris paso por la política —donde lo único brillante fueron sus maquillajes contables—, decidió reinventarse como artista plástica. Vaya alivio, porque si pintara presupuestos como pinta lienzos, ya estaríamos en bancarrota nacional.

Dicen que abrió talleres y presume exposiciones, pero más bien parece terapia de conciencia que talento artístico. Eso sí, mientras los pinceles se llenan de colores, sus cuentas bancarias —esas que bien haría la Unidad de Inteligencia Financiera en echarles un ojo— se pintan solas. Y bueno, que se prepare el buen Bob Ross en el más allá: llegó Yoha, y no con “happy little trees” sino con la misma brocha con la que difuminó millones.

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