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Del saqueo al renacer: Quintana Roo antes y después de Mara

* Mientras el estado ardía, Carlos Joaquín preparaba su exilio diplomático, dejando atrás un territorio hecho trizas

* Mara no ha gobernado con el ego ni desde el helicóptero, lo ha hecho desde el territorio, escuchando, caminando, trabajando

*Algunos pasarán a la historia, otros al olvido, y varios directamente al archivo judicial

Por Joaquín Quiroz Cervantes

En la corta pero intensa historia política de Quintana Roo, parece que en los últimos sexenios se han vivido más transformaciones, traiciones, saqueos y redenciones que en los cincuenta años anteriores juntos.

Sin embargo, hay algo que permanece constante: la facilidad con la que el pueblo olvida y la comodidad con la que algunos se acomodan al poder con tal de beneficiarse. Y si de acomodados, olvidadizos y simuladores hablamos, basta con voltear a ver a Carlos Joaquín González, quien será recordado no por lo que hizo, sino por lo que deshizo.

El sexenio de Carlos Joaquín fue, sin duda, una de las peores pesadillas administrativas y sociales que ha vivido el estado. Un hombre resentido, nacido a la sombra de su padre Nassim Joaquín, oculto en Mérida durante años y luego lanzado como “salvador” de Quintana Roo, cuando en realidad llegó a cobrar venganzas personales disfrazadas de justicia.

Su gestión se dedicó a perseguir a sus enemigos políticos con expedientes mal armados, a encarcelar a diestra y siniestra para ganar aplausos fáciles, y a hacer del discurso anticorrupción un show mediático, mientras en lo oscurito se perpetraba un saqueo silencioso pero brutal.

Durante su administración no se recuperó un solo peso del dinero que supuestamente “regresaría al pueblo”. Al contrario, se incrementó la deuda, se inflaron los compromisos financieros, se abandonaron colonias enteras a su suerte y se regaló el estado a empresas foráneas.

Su gabinete fue una mezcla de desconocidos sin arraigo y oportunistas venidos de otros estados, que lo único que hicieron fue saquear y huir. Quintana Roo vivió bajo su mando un sexenio de violencia sin control, de inseguridad galopante, de levantones, extorsiones, ejecuciones en plena luz del día. Y lo peor: sin autoridad ni reacción alguna.

Nada construyó, nada dejó. Un gobierno gris, intrascendente, que sólo brilló por su ausencia y por los excesos de sus funcionarios. Un sexenio de silencio, de cobardía y de omisión. Mientras el estado ardía, Carlos Joaquín preparaba su exilio diplomático, dejando atrás un territorio hecho trizas, con las arcas vacías y la esperanza ciudadana por los suelos.

Y entonces llegó Mara.

Mara Lezama, mujer emanada de la ciudadanía, de trabajo, de lucha. No heredó poder, no llegó por amiguismos ni por pactos oscuros. Llegó por el respaldo de un pueblo cansado de tanto abandono, harta de tantos gobernantes indiferentes. Y desde el primer día dejó claro que no vino a simular, vino a transformar.

Recibió un estado quebrado, con las finanzas hechas polvo, con dependencias infestadas de corrupción, con criminales enquistados en estructuras gubernamentales, con una Fiscalía y una Secretaría de Seguridad plagadas de incompetencia y podredumbre. Pero en lugar de pretextos, encontró soluciones. Se arremangó, se metió al lodo, y empezó a limpiar lo que otros dejaron hecho trizas.

Mara no ha gobernado con el ego ni desde el helicóptero, lo ha hecho desde el territorio, escuchando, caminando, trabajando. En menos de tres años ha logrado lo que sus antecesores no pudieron en seis: finanzas más sanas, programas sociales sin intermediarios, obra pública que se ve y se siente, y una recuperación tangible en seguridad y desarrollo social. Mientras otros se robaban el presupuesto, ella lo convirtió en alimento, en vivienda, en escuelas, en calles pavimentadas.

Mara ha cambiado la forma de hacer política en Quintana Roo. Con ella se acabaron los compadres y las cuotas. Hoy se gobierna con rostro humano, con transparencia, con cercanía. No ha sido fácil, porque los enemigos del cambio no duermen, y los nostálgicos del saqueo quisieran verla tropezar. Pero no lo han logrado, porque ella camina con el pueblo, con la verdad y con el compromiso.

Y ahí está el contraste brutal: mientras Carlos Joaquín dejó un estado en ruinas, Mara ha devuelto la esperanza. Donde él sembró división y caos, ella ha tejido unidad y reconstrucción. Donde él fue indolencia, ella es empatía. Donde él mintió, ella cumple.

Hoy Quintana Roo ya no es rehén de sus viejos verdugos. Hoy el estado tiene rumbo, tiene futuro, y sobre todo, tiene una gobernadora que no se rinde, que no claudica y que sí trabaja. Y eso, en un país como el nuestro, ya es una revolución.

Porque los números no mienten, los hechos no se maquillan y las obras no se esconden. Mara Lezama no necesita propaganda: tiene resultados. Mientras los del pasado huyen o se esconden, ella sigue aquí, de frente, sin miedo, con la frente en alto. Y lo mejor, apenas comienza.

Gobernadores: un desfile entre el folclor, el saqueo y la simulación

Porque no todo empezó ni terminó con Carlos Joaquín —aunque fue el colmo de la desfachatez—, hagamos un breve y sustancioso repaso de la galería de personajes que han ocupado la silla del Poder Ejecutivo en Quintana Roo. Algunos pasarán a la historia, otros al olvido, y varios directamente al archivo judicial.

Jesús Martínez Ross

El primer gobernador del estado. Lo suyo fue inaugurar todo, menos la transparencia. Gobernó con barra libre de recursos y sin contrapesos. Lo ven como un “souvenir viviente”, porque más allá de su lugar en la cronología, su legado real es tan anecdótico como intrascendente. Dejó beneficios para él y su círculo, inauditables, impunes y sin ninguna consecuencia.

Pedro Joaquín Coldwell

Junior de abolengo y heredero del emporio de su padre, Nassim Joaquín. Llegó al poder y lo usó como inmobiliaria personal: tierras, playas, concesiones, lo que se pudiera registrar a su nombre. Su paso por el gobierno fue de manual neoliberal, disfrazado de carisma, pero con bolsillos cada vez más profundos. Y su descendencia política, entre el chiste y la vergüenza: un hijo que no gana ni en kermés y un medio hermano ilegítimo que traicionó hasta su cuna.

Miguel Borge Martín

El “académico”. Gobernador de bajo perfil, alejado del escándalo y la nota roja. Su gran mérito fue institucional: creó la Universidad de Quintana Roo y dejó infraestructura educativa. No robó (o al menos no lo suficiente para notarse), vivió con mesura y se retiró sin escándalos. Para muchos, gris; para otros, el único decente del lote.

Mario Villanueva Madrid

El gran mito. Para algunos, el mártir del pueblo; para otros, el narco gobernador. Hábil, astuto y temido. Su sexenio fue de control absoluto, clientelismo a gran escala y represión disfrazada de liderazgo. Acabó como preso federal, extraditado y con fama de víctima del sistema… que él mismo ayudó a construir. Su hijo ha querido seguirle los pasos, pero no da ni para villano de reparto.

Joaquín Hendricks Díaz

El “pintoresco”. Su sexenio fue una tragicomedia de escándalos conyugales, corrupción sin disfraz y excesos sin pudor. Se peleó con medio estado, incluyendo su propio Congreso, que lo declaró persona non grata. Amigo de personajes impresentables, benefactor de unos cuantos, y con una hija que quiso jugar a la política sin haber heredado ni el colmillo ni el talento.

Félix González Canto

El último gran operador priista. Supo tejer fino, conciliar, pactar y sonreír mientras gobernaba con puño de terciopelo. Su sexenio tuvo obra, asistencia social, estrategia y mucho control. Lo quisieron tumbar, pero nunca pudieron con él. Le guardan afecto en todos los rincones del estado. Un político de escuela vieja, pero con manual bien aprendido. Su legado, se mantiene.

Roberto Borge Angulo

El personaje que terminó siendo el blanco perfecto. Lo acusaron de todo: exceso, autoritarismo, rencores, confrontación con la burocracia, y una colección de enemigos que le armaron la narrativa perfecta del villano. Pero al final, las cifras no lo dejaron tan mal: programas sociales, combate a los excesos administrativos y acciones que hoy suenan a Cuarta Transformación. Fue el pretexto ideal para que Carlos Joaquín montara su show, y resultó que el showman era peor.

Carlos Joaquín González

El impostor. Se vendió como “ciudadano”, pero era hijo del cacicazgo disfrazado. Gobernó con rencores, con venganzas personales, con mediocridad absoluta. Llenó el estado de forasteros inútiles, endeudó como nunca, y dejó la seguridad en ruinas. Un sexenio perdido en todos los frentes. Se fue a Canadá como embajador, porque si algo sabe hacer es escapar por la puerta trasera.

En este desfile tragicómico, solo un par no salieron por la puerta de escándalos o por la ruta del cinismo. La mayoría confundió el Palacio de Gobierno con una caja chica, y al estado con botín personal. Por eso el contraste con Mara Lezama es tan brutal: llegó con otra lógica, otro ritmo, otra ética. Mientras unos sembraron desconfianza, ella cosecha resultados. Y lo mejor: no necesita linaje ni apellidos, porque tiene lo que nunca tuvieron: pueblo y convicción.

Y recuerden… esto es sólo para informad@s, si ustedes no estuvieran ahí leyendo yo no estaría aquí escribiendo, y si ser Malix el Huso Horario, el Whatsapp, el Facebook, X, la CFE, López, el Covid19, los troles y envidiosos nos lo permiten, nos leemos pronto, Dios mediante, pero que sea XLaLibre.

Mi correo: quirozjoaquin@yahoo.com.mx. Sígueme en X @joaquinquirozc y Facebook porlalibrecolumna #Xlalibre #yotambiensoymalix #soyquintanaroo

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