* Mendicuti soltó la bomba que muchos sabían: Carlos Joaquín, alias “Chespirito”, entregó el estado al crimen organizado
Por Joaquín Quiroz Cervantes
Un hombre bragado, de palabra firme y que no se anda por las ramas. Así es Gabriel Mendicuti Loría. Lo conocen bien los que saben lo que es operar políticamente en serio y no andar vendiendo cuentos como si fueran bolis en la primaria.
Don Gabriel no necesita aplausos prestados ni cargos regalados. Le basta con abrir la boca para cimbrar la política quintanarroense. Y vaya que esta semana sacudió el avispero.
En un programa radiofónico, Mendicuti soltó la bomba que muchos sabían, pero pocos se atrevían a decir: Carlos Joaquín, alias “Chespirito”, entregó el estado al crimen organizado. Y no sólo eso, se fue más allá —con nombres y apellidos— para señalar que el Junior, Carlos Joaquín Rejón, era quien cobraba el derecho de piso. No lo dijo entre líneas. No lo insinuó. Lo gritó con la fuerza de quien sabe de lo que habla.
Y es que cuando un verdadero Secretario de Gobierno habla —y no un florero institucional como los que ahora pululan— hay que poner atención. Mendicuti no es improvisado.
No llegó a la política por herencia, ni por favores, ni por alianzas con caciques venidos a menos. Él se hizo trabajando, construyendo, operando desde la trinchera.
Su paso como edil de Solidaridad fue ejemplar, y como secretario de Gobierno dejó un listón que ningún otro ha podido siquiera rozar. Gobernanza real, coordinación con municipios y federación, y un pulso certero de la política interna. No como otros que llegaban al cargo preguntando dónde estaba el baño.
Y sí, cometió un error: darle chamba de tesorero municipal al hoy tristemente célebre Carlos Joaquín. Ahí se gestó la tragedia política de Quintana Roo. Dejó entrar al lobo disfrazado de cordero, y el resto es historia: vendettas, traiciones, desfalcos y una entrega total al crimen organizado. Porque no solo fue incapaz de gobernar, sino que convirtió al estado en su botín personal.
Carlos Joaquín, el hijo de Nassim Joaquín (aunque el parecido es más que evidente), es el clásico ejemplo del político que llegó lejos gracias al resentimiento, no al talento.
Y como todo resentido, se encargó de vengarse de quienes le dijeron “no”. Como Gabriel Mendicuti, quien no sólo rechazó trabajar con él, sino que le aventó en la cara la candidatura que le ofrecía como si fuera limosna. ¿Y qué hizo Chespirito? Le aplicó la vendetta: lo mandó a la cárcel. Pero como toda vendetta mal hecha, se le cayó. Y Mendicuti salió libre, más fuerte y más entero que nunca.
Pero aquí no acaba el cuento del terror. Porque este personaje, que dejó a Quintana Roo hecho trizas, hoy vive su exilio dorado como embajador en Canadá gracias a su padrino político: Adán Augusto López.
Sí, el mismo que puso al estado en manos de tabasqueños y amigos del poder. El que metió a Carlos Joaquín a la 4T como quien mete un alacrán al morral. El que le prometió la Secretaría de Turismo, luego la de Infraestructura y terminó mandándolo al frío canadiense… lejos de los reflectores y más cerca del olvido.
Pero las vueltas de la vida son muchas. Hoy Adán Augusto está en la mira, y con él todos sus protegidos. ¿Y quién brilla entre ellos como un fósforo en la oscuridad? Exacto: Carlos Joaquín.
El hombre que permitió que el hijo de Carlos Joaquín anduviera con empresas, con socios como quien era en tiempos de Chespirito titlar del SATQROO, con maletas sospechosas saliendo de SEFIPLAN como si fueran a tomar el último vuelo de Interjet.
Porque no hay que olvidar: la corrupción no era una percepción. Era una estructura. Una maquinaria bien aceitada, que empezó desde el gobierno estatal y bajó como cascada pútrida hasta el último municipio.
¿Quién abrió las puertas a todo esto? Chespirito. ¿Quién lo dejó hacer y deshacer? Su padrino tabasqueño. ¿Y quién hoy los está poniendo en evidencia? Mendicuti.
Gabriel Mendicuti no necesita volver a una candidatura para ser noticia. Le basta hablar con verdad, con fuerza, con conocimiento de causa. Lo que dijo no es una ocurrencia, es un expediente político. Y más vale que lo escuchen quienes hoy creen que la 4T es una red de protección eterna.
Porque si Adán Augusto está tambaleando, ¿qué le espera a su mascota de jardín, a ese peón de tercera que responde al nombre de Carlos Joaquín? El mismo que vendió la plaza, que entregó el Estado al crimen, que le dio poder al hijo para cobrar pisos y mover maletas.
Quintana Roo ya pagó el precio de su error. Y mientras en Canadá Carlos Joaquín se calienta con una diplomacia prestada, en casa ya se escuchan los pasos de la justicia.
La historia está cobrando factura. Y esta vez, la voz de la verdad la tiene Gabriel Mendicuti.
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